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DE LA BANALIDAD DEL MAL DE ARENDT A LA TIRANÍA DEL DESEO DE GUERRA PALMERO

Por Inma Guillem Salvador (Inma Ardy) integrante de Stop Vientres de Alquiler


El objetivo de este artículo es única y exclusivamente intentar entender la trivialización que se hace de la inaceptable y aberrante práctica de la explotación reproductiva. Este trato superficial lo practican desde cierto sector de la sociedad apoyado por medios de comunicación y representantes de instituciones públicas y privadas. Para ello utilizaré como eje central el pensamiento de la filósofa Hannah Arendt.

Hannah Arendt en su libro “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal” desarrolla el polémico concepto de “banalidad del mal”, a través del cual, la filósofa, intenta comprender como un hombre normal puede llegar a realizar acciones tan monstruosas como las que realizó Eichmann en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La filósofa de origen judío, acudió a Jerusalén a cubrir la noticia del juicio del líder nazi. A lo largo del proceso, Arendt pudo observar cómo Eichmann no mostraba ni un ápice de remordimiento ni de culpabilidad.

¿Qué significa el concepto de “banalidad del mal”?

En otro de sus textos, El origen del Totalitarismo, Arendt, expone la idea del mal como algo radical, pero la actitud del criminal nazi la lleva a reflexionar sobre la radicalidad del mal y buscar nuevos planteamientos. Al comprobar que un asesino podía ser un hombre perfectamente normal, no un loco ni un monstruo, sino un hombre cualquiera, la filósofa empieza a dudar de la naturaleza radical del mal.

Esto le lleva a plantearse diversas cuestiones: ¿Cómo era posible que un hombre pudiera cumplir órdenes tan tremendas sin sentir culpa ni remordimiento, como si fuera lo más normal del mundo asesinar, torturar, secuestrar y experimentar con seres humanos? ¿Cómo era posible que toda una nación no se estremeciera ante el holocausto nazi? ¿Sentían algún odio especial por las personas de origen judío?

Para responder a la primera cuestión, Arendt plantea la idea de que cualquier persona puede ser malvada sin sentir remordimientos ni culpa. Para ello debe dejar de hablar consigo misma y perder la capacidad de juzgar las consecuencias de sus acciones. El criminal nazi no sentía ningún remordimiento porque, en realidad, lo único que hacía era cumplir órdenes como cualquier buen ciudadano. Él solo era responsable de transportar la mercancía que se le asignaba. Que fueran seres humanos no era de su incumbencia. Con esto, Arendt explica que el horror no sucede cuando los hombres se convierten en bestias sino cuando sus vidas están administradas como si fueran engranajes de una red de producción, gestionada por delincuentes burocráticos, personas sin escrúpulos. No son malignos, no son monstruos enloquecidos, si no personas normales y corrientes que podrían ser tu vecino, tu jefe, tu amigo, o tu misma.

Para responder a la segunda cuestión, la autora describe tres grupos de personas que ella llama irreflexivos:

  • Ciudadano común, aquel que sigue buenas costumbres influenciado por el poder, la empatía a sus iguales y la propaganda. Cree firmemente que la costumbre es buena y que la ley convierte cualquier atrocidad en algo justo (es legal, por lo tanto, no puede ser malo). Viven adiestrados y no conservan la capacidad de pensar, de reflexionar ni de desarrollar un espíritu crítico. En definitiva, ni se escuchan, ni escuchan.
  • El nihilista, aquel que cree que no hay valores definitivos y cambia de valor dependiendo de lo que le interesa.
  • El dogmático, su dogma les aporta seguridad y no aceptan ningún diálogo que lo cuestione.

En cuanto a la respuesta a la tercera pregunta era muy simple, no.

Todas estas ideas llevaron a la autora a repensar su concepto de mal radical. Comprender que cualquier persona puede cometer un acto horrible, le lleva a plantear que el mal es algo superfluo y por eso se propaga tan rápidamente. En realidad, nunca va a la raíz, es extremo y muy dañino, pero no es radical. Arendt entiende que es mucho más sencillo propagar algo superficial que algo radical. El bien si es radical porque va a la raíz y busca en las profundidades. Es por eso que el mal está más extendido y arraiga tan fácilmente.

La tiranía del deseo y la libertad dirigida

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Los análisis de Arendt me han llevado a repensar la banalización que hay en todo el mundo de la violencia que se ejerce sobre las mujeres. Al igual que ella se preguntaba como era posible que toda una nación permitiera que todos los días miles de personas fueran torturadas, secuestradas, despojadas y asesinadas en sus campos de concentración; yo me pregunto cómo es posible que se asesine, viole, explote, maltrate…, a miles de mujeres alrededor del mundo sin que este se caiga de indignación. Al igual que se preguntaba cómo Eichmann no sentía remordimientos, yo me pregunto cómo es posible que los violadores de San Fermín (por poner un ejemplo que todas conocemos) tampoco lo sintieran. Porque… es evidente que no los sentían, ¿verdad? Ahí están los wasaps que enviaron a sus amigotes que, dicho sea de paso, lo celebraron como si de una champions se tratara.

He de aclarar que el concepto de “banalidad del mal” es ahistórico y político. Aunque el razonamiento que mejor define lo que quiero exponer es la noción mal banal (que significa restarle toda importancia el mal, lo cual es lo que sucede en relación con la violencia machista), prefiero acogerme a la idea de Arendt porque se ajusta mejor a lo que quiero plantear.

Las feministas hemos repetido hasta la saciedad que estos individuos, que ejercen violencia sobre las mujeres de forma habitual y continuada, no son locos ni tienen ninguna enfermedad mental. Son hombres normales y corrientes, algunos hasta amables y educados. No llevan ningún pósit que nos advierta de que nos pueden agredir, y eso les hace más peligrosos. Sería muy fácil detectar a estos individuos si se trataran de seres malignos descubiertos a simple vista.

Así como se banaliza la violencia, también se banaliza el abuso del cuerpo de las mujeres. Me voy a centrar en la explotación reproductiva mal llamada “altruista”. Ese “favorcito” que te hace una hermana, madre, prima, amiga… que te quiere tanto, porque tú, abusador/abusadora con quererte a ti misma ya tienes el cupo del amor cubierto. Empezaré por aclarar que ese acto no es altruista, ya que reporta un perjuicio a la mujer que se ofrece como incubadora, es un sacrificio con todas las letras, un sacrificio al estilo bíblico, en pleno siglo XXI.

Para ello voy a utilizar los pensamientos de dos grandes pensadoras Arendt, de la que ya les he hablado a lo largo de este texto, y Guerra Palmero.

La filósofa judía me da la clave para entender por qué una persona que utiliza a otra para cumplir sus deseos no siente remordimiento ni culpabilidad y como se basan en una tramposa idea de libertad. La filósofa canaria me da la clave para entender por qué la culpabilidad y el remordimiento y, en ocasiones la vergüenza, son sentimientos que afloran en la víctima y no en el victimario.

Pero vamos a empezar por el principio. Guerra Palmero define la tiranía del deseo como no poner límites al deseo, una base legitimadora de cualquier asunto. En otras palabras, una fábrica de deseos.

Una persona superficial, es decir, que se queda en la superficie de las cosas, deja de interrogarse por las consecuencias de sus acciones, de reflexionar, de juzgar y por supuesto, de responsabilizarse de ellas. En definitiva, de distinguir entre el bien y el mal. Esto provoca que personas normales y corrientes sean capaces de usar y abusar de otra en condiciones de extrema vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que no es necesario que sea económica. La experiencia nos dice que donde más se presiona a una mujer para que se ponga al servicio de necesidades y deseos ajenos es el entorno más cercano. Familiares y amistades hipotecan la vida y el tiempo de las mujeres sin apenas ser conscientes de lo que llegan a limitar sus sueños o necesidades.

Estas personas son capaces de pedir a su madre que les geste una criatura, y creer que es algo maravilloso y único. Toda una explosión de amor maternal.

¿Por qué lo hacen?

Lo superfluo lleva a cometer actos realmente crueles sin necesidad de sentir remordimientos. ¿Por qué no sienten culpa? Porque consideran que la decisión de “regalar” una criatura o, como dicen para consolarse, realizar el servicio de gestar un bebé, es de la mujer que se propone como madre sustituta, por lo tanto, es su responsabilidad, ya que la decisión la toma en pleno ejercicio de libertad y movida, exclusivamente por el cariño… El abusador solo se deja querer.

Vuelvo a Arendt para entender como una persona libre puede tomar una decisión que la perjudica tanto. Me detendré en una pregunta muy sencilla pero muy complicada de responder ¿Qué es la libertad? Según nuestra pensadora, la libertad es sinónimo de espacio público, porque la capacidad de actuar (o no actuar) puede estar viciada por el entorno de cada persona. Es muy importante esta apreciación de definir la libertad como obrar o actuar ya que las acciones políticas son las que cambian el mundo. No hay libertad en el acto de prestarse como incubadora para darle un capricho a una persona querida, la verdadera libertad es actuar y trabajar para que ninguna mujer en el mundo tenga que pensar que es culpable de las desgracias de otra persona y sentir la obligación de obrar para solucionar dicho problema. Esto, señoras y señores, no es libertad, es servilismo.

Sobre la libertad, escribe: El embustero dice lo que no es porque quiere que las cosas sean distintas de lo que son (,,,) Nuestra capacidad de mentir es uno de los pocos datos evidentes y demostrables que confirman la libertad humana. No quiero decir que la víctima, es decir, la madre que va a gestar una criatura y entregarla a otra persona sea una embustera, sino que no se escucha a sí misma, ni juzga las consecuencias de sus actos ni para ella, ni para el nuevo ser humano. Se miente en nombre del amor que todo lo puede, lo consigue y lo acepta. Y los beneficiarios se mienten porque en el fondo saben que lo que están consintiendo es una aberración.

¿Por qué os cuento esto? El binomio tiranía del deseo/culpa

Hace unos días saltó la noticia donde se contaba la historia de una mujer de 61 año que hizo de gestante para su hijo y el marido de este. La noticia es presentada como una situación llena de ternura y felicidad. La propia mujer dice que ¿por qué no iba a hacerlo si está sana y desea darle esa alegría a su hijo? Aquí aparece la otra cara de la tiranía del deseo: la culpa. Para que la madre llegue a pensar que desea realizar el sueño de su hijo, ha tenido que recibir, día a día, pequeños y sutiles estímulos: ver a su hijo lleno de frustración por no poder tener descendencia genética, ver como se le van los ojos al ver cualquier bebé, mientras le escucha suspirar de frustración, notar físicamente su dolor… En su cabeza se repite una y otra vez: Tú puedes hacer realidad ese sueño, quitarle esa espinita, paliar su dolor ¿Cómo no lo vas a hacer?

El hijo no va a sentir ningún desasosiego porque, al igual que el ciudadano alemán, se siente avalado por la costumbre, la ley, la propaganda y hasta por el servilismo de su propia madre. Él no es responsable de no poder parir hijos, ni mucho menos de que su madre decida gestarle un bebé.

Las consecuencias que puede acarrear a su madre, esta decisión, no tiene nada que ver con él. Si su salud y bienestar se ven mermadas como consecuencia de hacerle pasar por procesos tan invasivos como una técnica de reproducción asistida (TRA) y una más que posible cesárea (recordemos que esta señora tiene 61 años), no son de su incumbencia. La responsable es ella que se ha ofrecido “en total libertad”. El amor se vuelve a vestir de sacrificio feliz y consentido para las mujeres.

Me parece muy interesante reflexionar sobre una cita que Arendt expone en su texto sobre los derechos humanos: Las perplejidades involucradas en la pérdida de los derechos humanos coincide con el hecho de que la persona deviene en un ser humano en general —sin profesión, sin ciudadanía, sin opinión, sin nada que lo identifique consigo mismo—, para quien su propia individualidad, absolutamente única, privada de expresión y acción al interior de un mundo común, carece de todo significado.

En un mundo global, como explica Arendt, erigido sobre la base de una “civilización” interrelacionada universalmente, estamos expuestos constantemente a los barbarismos creados desde las propias estructuras del Estado-nación, que arrojan a millones de personas a la salvaje condición de convertirlas en “seres humanos en general”.

Extrapolando al tema que nos ocupa, podemos deducir que es muy sencillo usar y abusar de personas idénticas, configuradas en la figura de la madre. Es una madre que va a sacrificarse por la felicidad de su hijo. Su misión en la vida es dar amor sin pedir nada a cambio, dejando de lado su individualidad, su espontaneidad, asumiendo el rol de protectora y cuidadora abnegada, “virtudes” que identifica e iguala a las buenas madres, en general. Cuando un ser humano no es considerado individualmente único y pertenece a un grupo de idénticas, difícilmente se puede creer que pueda tomar una decisión tan peliaguda en pleno ejercicio de su libertad.

Y así es como se crea en el imaginario colectivo la figura de la heroína, banalizando a su vez el heroísmo. Afirmando que cualquier mujer que se disponga a cumplir deseos ajenos se convierte en “un ángel”, la protagonista de una historia llena de alegría y dicha donde la única culpable y la única que pierde, es la víctima.

El patriarcado es un fascismo sin alambre de espino, sin cámaras de gas físicas, pero utiliza la misma metodología que usaron los nazis para conseguir que miles de personas caminaran en fila hacia la muerte, sin saber cómo rebelarse. Estas metodologías son la desposesión, la violencia y la deshumanización/cosificación. La desposesión se escenifica en la necesidad de feminizar la pobreza y la vulnerabilidad tanto social, familiar como económica. La violencia es el arma implacable que nos hace vivir con miedo, siempre buscando el camino rodeado de rejas. Y la deshumanización, arrancando nuestra carnalidad, fragmentando nuestros cuerpos, convirtiéndonos en muñecas artificiales por las que no pasa el tiempo; la cosificación de las víctimas que no tienen nombre.

El gran triunfo del patriarcado es, además, conseguir que sus propias víctimas, se enorgullezcan de serlo, disfrazando el servilismo de libertad.


Bibliografia

  • La libertad Hannah Arendt, Filosofía para profanos, Maite Larrauri. Art Boock Max
  • Arendt Hannah, 2003: Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, editorial Lumen, Barcelona.

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